Al girar la cabeza para mirar atrás, siento el vértigo de lo efímera que resulta la vida. El próximo 23 de octubre se cumplirán 17 años desde que me puse al frente de esta oficina de farmacia, dejando atrás toda una vida en el noroeste murciano, familia y amigos allí quedaron (permítanme la licencia, en este punto, de homenajear al gran Serrat, parafraseando aquello de; “dejé los montes y me vine al mar…”). Empezaba así una nueva etapa, que afrontaba con la mejor de las ilusiones, aunque también conocía las dificultades que todo ello conllevaba, sobre todo para una chica joven, de 30 años, que por primera vez iba a dejar de lado su zona de confort para ponerse al frente de un equipo de trabajo. Pero, tal y como he decidido titular este artículo, un sueño merece la pena, porque así es, este es, al menos en mi época lo era, el sueño de cualquier licenciada en farmacia; ser titular de mi propia oficina.